«La Historia de la Humanidad es la Historia de la crisis de las familias. El modo en el que se han construido se ha adaptado a sus circunstancias vitales», explica María del Mar González, actual comisionada del Polígono Sur y doctora en Psicología, experta en modelos familiares no convencionales.
A pesar de lo que está instalado en el ideario general, el modelo de familia convencional –la formada por un padre (hombre), una madre (mujer), e hijos fruto de la pareja– no es el que ha existido siempre, «de hecho es un invento reciente», relata González, quien apunta a que se han producido dos transiciones a lo largo de la historia que han marcado la evolución y fisonomía de las familias.
Antes de la revolución industrial, el tipo de familia que primaba era la extensa en la que cohabitaban varios adultos y niños –padres, hijos, los abuelos, tíos, primos…– «pues la familia era la célula de la sociedad». Es decir, el núcleo responsable de la supervivencia y crecimiento de sus miembros. «Era la unidad económica, la que garantizaba el alimento, la educación, la salud e incluso la defensa de todos ellos», detalla González. «Era un poco como el Estado actual. Por eso, era importante que fueran cuanto más extensas mejor, pues cuanto más miembros las compusieran, más posibilidades de seguir adelante tenían».
La primera transición viene de la mano de la revolución industrial. «Entonces, las familias extensas se desgajan». Se produce un éxodo de lo rural a la urbe para trabajar en las nuevas fábricas, por lo que las familias se acortan y pasan de los 15-30 miembros a convivir únicamente la pareja con sus hijos en viviendas también mucho más pequeñas. «Esto sucede a finales del siglo XIX en la mayor parte de Europa pero en Andalucía no se produce hasta bastante más tarde, como a mediados del siglo XX, pues la industrialización llegaría años después», afirma González, que explica que es entonces cuando comienza a implantarse el concepto de familia convencional que ha llegado hasta nuestros días. A partir de entonces, la responsabilidad sobre la educación, la salud, la seguridad… es compartida por la familia y el Estado.
La Democracia propiciaría la segunda revolución para el desarrollo de las familias. ¿Qué cambia con su instauración? Pues, además de que el proceso por el que el Estado se hace responsable del bienestar, educación, salud… de los ciudadanos, «el modelo convencional pierde su hegemonía ya que aparecen otros modelos. Que no es que no existieran de hecho pero a partir de entonces se les reconocen los derechos». Es el caso de familias monoparentales –«las madres solteras estaban incluso perseguidas, por lo que se ocultaban con razón»–, las homosexuales… Todos los nuevos modelos de familia que conviven en la sociedad actualmente han ido siendo reconocidos legal y socialmente desde la llegada de la Democracia a nuestros días.
Como ejemplos, González apunta al reconocimiento de los derechos de los hijos, la ley de divorcio, que llegó en 1981, «y aunque todo el mundo decía que iba a ser el apocalipsis no pasó nada, se le dio derechos a circunstancias que sucedían de hecho». «La llegada de la Democracia supuso la legitimación de los distintos modos de entender la felicidad», resume González. Desde entonces se reconoce a las familias adoptivas, «que hasta entonces se escondían y hoy se muestran orgullosas»; las familias acogedoras, las madres solteras… o las familias ensambladas, que comenzaron a darse desde que se legalizó el divorcio. Las últimas en incorporarse han sido las homoparentales. «No sin revuelo, como todos los cambios que se han producido. Pero por fin en la campaña de 2004 su legalización iba en los programas electorales de PSOE e IU». Así que desde 2005 se reconoce sobre todo el derecho de los menores, «que es lo importante».
Para González la aceptación de los distintos tipos de familia es una evidencia de la riqueza social. «Cuando se analiza un ecosistema, por ejemplo, la diversidad es su riqueza. Esta variedad es una muestra de la madurez y la tolerancia de la sociedad en la que vivimos», concluye.
Más hogares unipersonales
A pesar de todo lo anterior, el Instituto Nacional de Estadística (INE), define en su encuesta continua de hogares el núcleo familiar como la «unidad jerárquica intermedia entre el habitante y el hogar. Puede ser de cuatro tipos: pareja sin hijos, pareja con uno o más hijos, padre con uno o más hijos, y madre con uno o más hijos».
Los datos del último estudio, publicado el pasado mes de abril, señalan que el pasado año aumentaron el número de hogares en España en 59.900, alcanzando los 18.406.100, un 0,3 por ciento más que en 2015.
El tamaño medio de los hogares, sin embargo, ha decrecido. Pasando de los 2,51 del pasado año a los 2,50. Los más frecuentes volvieron a ser los formados por dos personas, el 30,05 por ciento del total, y los unipersonales (25,2 por ciento). Si bien, la población que se engloba entre ambos tipos no supera el 10,1 por ciento del total. Los de tres y cuatro personas se incrementaron un 0,1 por ciento cada uno. Los hogares de cinco o más personas son los únicos que disminuyeron. El pasado año constituyeron el 5,7 por ciento del total, con una media de 5,7 personas que suponen el 12,1 por ciento del total.
En España hay 3,86 millones de hogares formados por parejas sin hijos, un 0,3 por ciento menos que en 2015. Además, hay 2,88 millones de hogares de parejas con un hijo, un 0,9 por ciento menos, y 2,78 millones de parejas con dos hijos. El número de hogares con tres o más hijos aumentó un 0,1 por ciento, siendo el 3,1 por ciento del total.
Las parejas de derecho son las más habituales, alcanzando los 9.566.300 (85,8 por ciento), frente a las de hecho, que suman 1.578.200 (14,2 por ciento). Las heterosexuales representan el 99,1 por ciento y las homosexuales el 0,9 por ciento, incrementándose en un 2 por ciento respecto a 2015. De estas últimas, el 69,5 por ciento están formadas por hombres y el 30,5 por ciento por mujeres.
En el caso de los hogares unipersonales, en 2016 había 4.638.300 personas viviendo solas en España. De ellas, 1.933.300 tenían 65 años o más (41,7 por ciento), y de este grupo, 1.367.400 eran mujeres (70,7 por ciento). En el caso de los menores de 65, el 59 por ciento eran hombres y el 41 por ciento mujeres. Comparado con 2015, ha habido un aumento del número de personas que viven solas, un 1,2 por ciento más.
Los hogares monoparentales están copados por las madres solteras. En el 81 por ciento de los hogares de este tipo, 1.591.200, están compuestos por una madre. La convivencia única del padre con los hijos solo sucede en 373.700 casos. Sin embargo, la cifra de hogares donde la mujer convive con los hijos aumentó solo un 3,2 por ciento mientras que la de hombres lo hizo un 5,1 por ciento. En dos de cada tres hogares de este tipo (66,1 por ciento), el progenitor vive con un hijo.
En 2016 más de un tercio de las 5.533.10 personas de entre 25 y 34 años no se había independizado. En concreto, entre los 25 y los 29 años, el 54,1 por ciento de los jóvenes vive con sus padres o con alguno de ellos.
En España el número de hogares ha crecido un 0,3 por ciento. En el caso de Andalucía, se alcanzó el 0,5 por ciento. De media los hogares cuentan con 2,50 personas, Andalucía se encuentra por encima, con 2,61, siendo la cuarta comunidad autónoma, por detrás de Melilla (3,21), Ceuta (3,20) y Murcia (2,72) personas de media.
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